Los principios fundamentales de la vida familiar no difieren mucho, las deficiencias debidas a los estilos de vida y la cultura son superficiales. Los conflictos que existen en las relaciones emocionales son universales.

Algunas familias se proponen una asociación en la que ambos padres tienen una igual dignidad. Este modelo se basa en dos premisas: que ambos tengan el mismo nivel social, político y económico, y que el padre y la madre se dividan la responsabilidad de la gestión cotidiana de los asuntos familiares y domésticos. Es decir, deben estar implicados emotivamente en la familia y desempeñar un papel en el cuidado de los hijos. Respecto a lo que tradicionalmente se ha hecho en Europa, este concepto es una auténtica revolución. Basta pensar que en el siglo XX se aconsejaba que los niños comieran antes de que el padre llegara cansado del trabajo, para no molestarle.
Respecto al reparto de tareas, éste se da siempre en mayor o menor grado, pero no cubre todas las áreas. Por ejemplo, el padre se ocupa del huerto, los animales, el automóvil, el bricolaje, mientras que la madre se encarga de los niños, la casa y el jardín. Un acuerdo de este tipo, con competencias específicas, está o puede estar caracterizado por dignidad y respeto, pero no es un ejemplo de liderazgo compartido. Este último nace de la convicción de que ambos adultos tengan los mismos derechos en la toma de decisiones, que éstas se hagan de común acuerdo, o, si uno está mucho más capacitado en un tema concreto, lo haga él. Frente a ellos encontramos el liderazgo democrático, donde todo se discute y decide en conjunto, y las decisiones que toma un cónyuge son apoyadas por el otro aunque no las comparta y esté de acuerdo. Las diferencias o divergencias de opinión son reacciones a la decisión, pero no una lucha de poder. El objetivo de la negociación no es demostrar que se tiene razón, sino expresar la propia opinión y que sea considerada seriamente por el otro. En definitiva, se da más importancia al proceso de toma de decisiones que a la propia decisión. El hecho de que este tipo de familias sean pioneras y que no existan instituciones de este tipo implica que no hay modelos a seguir. Por ello, es un proceso a construir lentamente, que se desarrolla conjuntamente a la evolución de los miembros de la familia.
La función de los padres.
Tradicionalmente, cuando un hombre se convertía en padres se esperaba que continuara con su actividad profesional y asumiera las nuevas cargas familiares. Para la mujer, las expectativas iban más por la renuncia a su propia identidad y la dedicación completa al rol de madre hasta pasar al de abuela. En algunos países las mujeres se han preguntado si ese papel que se les otorga no es limitante social y existencialmente. También los hombres se han comenzado a interrogar sobre su propio papel.
Aparte de ser padres somos individuos, hombres o mujeres, con nuestras expectativas, sentimientos, necesidades, historias y sueños, que existen con independencia del papel de padres. Hay padres que piensan que la única posibilidad de crecimiento personal está fuera de casa. Así los cónyuges pasan a ser menos importantes el uno para el otro. Otros piensan que buscar experiencias fuera de la familia sea un riesgo, una amenaza. La verdadera amenaza sería más bien ignorar las posibilidades que pueden inspirar la relación.
Reprocidad significa respeto.
Siempre, aunque sea inconscientemente, hemos sido conscientes de la competencia de los niños. Cuando se comportan bien (sea lo que sea que esto significa) y crecen sin problemas, lo interpretamos como una señal de nuestra validez y competencia, decimos que son “buenos”. Si son autodestructivos, incontrolábiles, etc tendemos a pensar que es por algo que no hemos hecho, signo de nuestra falta de competencia. Pero siempre pensando que había algo más que teníamos que dar: más educación, más amor, más límites, más control,… Las causas son:
- que tendemos a hacer lo que nos han hecho a nosotros.
- que cuando no nos sentimos valiosos para otros y queríamos serlo, reaccionamos agresivamente y nos volvemos irritables, frustrados, malhumorados e incluso violentos. Ponemos en duda nuestro valor para ellos y les culpamos porque nosotros mismos sentimos no ser suficientemente buenos.
Cuando el comportamiento de nuestros hijos nos da la impresión de que hemos perdido valor es, casi siempre, porque efectivamente ha sucedido así. Antes de ese conflicto concreto no hemos sabido transformar nuestros sentimientos de amor en un comportamiento que lo exprese, ni en nuestras buenas intenciones en una interacción de provecho. No es una situación que podamos cambiar de repente, sino poco a poco.