Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho.
Uno de los pedagogos más conocidos de la segunda mitad del siglo XX fue el brasileño Paulo Freire. Gran parte de su actividad profesional está relacionada con la enseñanza a adultos del tercer mundo, concretamente en programas de alfabetización.
La base de su pensamiento es que no se puede negar a las personas el derecho a serlo plenamente, es decir, a ser libres constructores de su propio futuro. Para ello, hay dos posibilidades en el frente educativo: o se está al servicio de la opresión, del dominio, o se produce un proceso de liberación. La educación, por tanto, puede ser dominante (mera transmisora de nociones) o liberadora (toma de conciencia). Ésta última no busca esconder la verdad sino revelarla.
El objetivo de Freire no era tanto la alfabetización como la toma de conciencia, pero de una nueva conciencia crítica de la propia situación y de la posibilidad de liberación. La dificultad se encontraba en cómo hacer posible que la alfabetización se conviertiera en dicho proceso de toma de conciencia. La solución la encontró en cambiar la enseñanza tradicional, como pura memorización de palabras fuera de un contexto existencial.
Los campesinos brasileños eran vistos por él como víctimas de la cultura del silencio, mantenidos en estado de ignorancia, sin comprender las fuerzas que originaban su miseria. El lenguaje, mediante la alfabetización, buscaba ser un motor de cambio. Evita entonces la educación “depositaria”, que busca alumnos disciplinados, estáticos, a los que se puede enseñar a leer y escribir sin que ello implique una experiencia existencial. Por el contrario, una educación activa, basada en el diálogo que hace que educador y estudiante evolucionen juntos, hace que ninguno de los participantes imponga su punto de vista, dando a ambos igual dignidad. La relación es horizontal, no jerárquica y tiene como objetivo comunicar, no transmitir comunicados.
A través de cuadros, diapositivas, películas, representaciones teatrales, etc, la persona toma distancia para ver su experiencia, y después se discute sobre el tema. Las codificaciones deben representar situaciones conocidas por los individuos, simples en su complejidad, y ofrecer diversas posibilidades de análisis. Si los estudiantes se reconocen en la situación, se descodifica, que es la lectura de la palabra en relación con la realidad. Se descompone la palabra en sílabas, recombinándolas para generar nuevas palabras. Son así, sujetos activos, capaces de crear nuevas palabras.
El profesor actúa más bien como un coordinador, que proporciona las informaciones solicitadas por los participantes y procura unas condiciones favorables a la dinámica del grupo. No debe influir ni mucho menos imponer. Nada debe ser impuesto, todo debe aprenderse dialogando y discutiendo.