¿Es posible conciliar trabajo y vida personal?

Cuando se habla de conciliación se piensa automáticamente en conciliación familia-trabajo. Pero hay quien no tiene familia y tiene otros intereses que no siempre son compatibles con un trabajo remunerado. En cualquier caso, tener una vida con una cantidad de tiempo libre razonable y un trabajo asalariado es cada vez más difícil. Y para quien tiene familia, a menudo, los grandes perjudicados son los niños.

Os dejo un texto que he encontrado aquí

«LO IMPOSIBLE TRAS LA REFORMA LABORAL DEL 2012: SER MUJER TRABAJADORA Y CON HIJOS

Estadísticas recientes siguen mostrando que las mujeres europeas con niños pequeños tienen una tasa de actividad significativamente inferior a la de los hombres en las mismas circunstancias (EIGE informe de 2011). Uno de los últimos informes de la Comisión Europea destaca que un tercio de las mujeres con responsabilidades familiares o bien trabajan a tiempo parcial o bien se hallan inactivas. Estos datos ponen en evidencia, una vez más, que el reparto asimétrico de las tareas de cuidado entre  hombres y mujeres es el principal obstáculo para la emancipación económica de estas últimas.

¿Cuál es el planteamiento europeo ante este problema? Las políticas de conciliación de la vida laboral, familiar y personal que la Unión Europea recomienda a sus Estados Miembros tiene la mirada puesta en el objetivo de incorporar el mayor número posible de mujeres al mercado de trabajo (Estrategia de Lisboa, Europa 2020).

En plena crisis económica, los gobiernos europeos en el Consejo Europeo de Luxemburgo de 2011 reivindicaron de nuevo las políticas de conciliación como solución para hacer frente a la baja de la tasa de natalidad y al  envejecimiento demográfico. Eso sí, en el 2011 se han dejado atrás los objetivos marcado en el Consejo europeo de Barcelona (2002) donde se arrancó el compromiso de alcanzar una tasa de escolarización de hasta el 33% entre los menores de tres años. Esta vez los gobiernos europeos pusieron un mayor énfasis en la promoción de políticas favorables a la familia en el lugar de trabajo aunque  sin especificar su contenido y adoptando un enfoque unilateral en consonancia con la filosofía de la responsabilidad social de las empresas.

Cabe preguntarse, no obstante, hasta qué punto las políticas de conciliación que promueve la Unión Europea no son mera retórica cuando incluso en tiempos de bonanza la UE apelaba la necesidad de reducir el gasto social. Si nos atenemos a los hechos , probablemente sea la labor del Tribunal de Justicia de la Unión Europea la que haya contribuido a avanzar en el derecho de conciliación mediante una jurisprudencia que incorpora una prisma igualitario en las normativas nacionales sobre permisos y excedencias( por ejemplo, Asunto Roca Álvarez)

En mi opinión, el  enfoque de las políticas de conciliación deber ir dirigido a enmendar el mal de raíz y plantear un reparto más equilibrado de las responsabilidades familiares así como la igualdad de oportunidades en el empleo. La conciliación no puede identificarse en exclusiva con la política de permisos pues estos comportan la ausencia del trabajo e incluso, como se ha dicho tantas veces, contribuyen a reforzar los estereotipos.

Entre las muchas medidas encaminadas a compaginar una actividad profesional con las tareas de cuidados destacaría dos. Por supuesto, y en primer lugar, el apoyo del Estado de manera que el cuidado de hijos  y de familiares dependientes no sea un tema que deba resolver cada familia según su disponibilidad de tiempo y capacidad económica sino creando unos servicios públicos de cuidados de calidad. La otra segunda vertiente, a mi juicio muy importante, sería la del reconocimiento del derecho individual Para hacerla efectiva es necesario incorporar el derecho de la persona trabajadora a negociar con el empresario condiciones de horario y jornada de manera que se facilite el ejercicio de las responsabilidades familiares. Sobre este punto el Tribunal Constitucional inició en el 2007 una jurisprudencia prometedora pero titubeante que conecta el derecho a la conciliación de la vida familiar y laboral con el derecho fundamental a la igualdad por razón de sexo (SSTC 3/2007, 24/2011, 26/2011).

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Ahora bien, de hacerse un balance de los temas de conciliación durante este período de crisis económica, ya sabemos que los recortes llevados a cabo por el gobierno estatal y las Comunidades Autónomas han afectado severamente a todas las partidas sociales si bien algunas medidas inciden muy especialmente en las políticas de conciliación: los recortes en el seguro de dependencia; la subida de las tasas de guarderías, la supresión del programa educa3 o bien el aplazamiento de la ampliación a cuatro semanas del permiso de paternidad. Todas estas medidas suponen un retroceso espectacular en el lento camino avanzado en temas de conciliación..

Sin embargo hay otras reformas del modelo de relaciones laborales más transversales y menos visibles desde la perspectiva de género que pueden tener un efecto especialmente perjudicial para las mujeres. Una es clara: con la reforma de pensiones de 2011 los trabajadores deben cotizar más años para acceder a la pensión de jubilación y esto penaliza más a las mujeres que tienen hijos.

Pero ha sido la reforma laboral de 2012, que precisamente el gobierno ha justificado en la necesidad de crear  empleo, la que ha transformado profundamente los principios y tutelas que regían  las relaciones laborales e implica un cambio de modelo aplaudido por las instituciones europeas.  Básicamente la reforma ha abaratado el despido y ha reforzado- hasta facilitar el autoritarismo- el poder del empresario quien ya no está obligado a negociar con los representantes de los trabajadores modificaciones sustanciales de las condiciones laborales de carácter colectivo. La reforma permite aumentar la flexibilidad de las condiciones de trabajo en beneficio exclusivamente de los intereses de la empresa. Así, por ejemplo, la nueva regulación permite que los trabajadores a tiempo parcial puedan realizar horas extras; que las empresas puedan desvincularse de los convenios colectivos del sector en materia de jornada, salarios y de conciliación o que éstas puedan modificar de forma unilateral y sustancialmente estas condiciones laborales.

En temas propiamente de conciliación, la reforma reduce el derecho a determinar su horario que tenían las trabajadoras que solicitaban reducción de jornada para cuidado de hijos y, por tanto, ahora sus posibilidades de compaginar el horario de trabajo con sus responsabilidades familiares se limitan seriamente pese al sacrificio salarial.

En definitiva, esta flexibilidad máxima en perjuicio del trabajador hará especialmente  difícil el acceso y la permanencia en un trabajo retribuido del colectivo de mujeres con hijos pequeños o con familiares dependientes. Me temo que la mayoría de retrocesos en la materia no obedecen a la necesidad de emprender medidas coyunturales para hacer frente a la crisis sino que responden a un cambio de modelo que puede alentar la vuelta a casa de las mujeres españolas. Y ésta una pésima noticia para la igualdad y para la lucha contra la pobreza infantil.

Me parece muy importante poner el acento en que la ansiada flexibilidad en la determinación de las condiciones de trabajo no puede significar que lo sea siempre en interés del empresario sino que las condiciones flexibles también deberían responder a un interés del trabajador en temas de conciliación.»

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LOS HOMBRES Y LA CONCILIACIÓN FAMILIAR.

What happens when men put familiy first, de Suzanne Braun Levine es uno de los libros que he leído recientemente. Habla de los problemas que encuentran algunos hombres para conciliar trabajo y familia, para encontrar su propio modo de ejercer de padres, de las dificultades con sus parejas.

 

La autora ha entrevistado muchas parejas, centrándose en los hombres. Muchas frases me han rechinado y tantas de las situaciones que describe me han parecido una pesadilla. Pero, a pesar de todo, me ha hecho reflexionar.

 

Habla de familias estadounidenses a finales de los 90, con lo que he encontrado diferencias notables respecto a Europa, que es lo que conozco mejor y más de cerca me toca. Por ejemplo, el hecho de que algunos de los hombres que entrevistó decidieran no trabajar el fin de semana para estar con sus familias puede ser revolucionario y transgresor en su sociedad, pero desde luego no lo es en Europa.

 

Afirma que a finales de los 70, en el entorno profesional, todo el mundo esperaba que los hombres se comportaran como si el trabajo fuera el único de sus compromisos y no tuvieran vida más allá. Pero las expectativas respecto a los padres continúan siendo distintas respecto a las madres, aunque se quiera disfrazar todo ello con una capa de comprensión y se hable mucho de conciliación familiar. A los hombres, cuenta, se les da a entender que es mejor pedir un día por enfermedad que por motivos familiares. Y tanto unos como otras saben que si hacen valer sus derechos sus carreras profesionales se estancan. Sin embargo, afirma, las mujeres cuentan con comprensión, simpatía, aprobación cuando lo hacen, mientras que los hombres no, enfrentándose generalmente no sólo a un empeoramiento de su situación económica sino también a una falta de apoyo en la vida doméstica.

En fin, tendré que presentarle a la autora a algunas mujeres que han contado y cuentan con comprensión, simpatía y aprobación cuando se han pedido una reducción de jornada o una excedencia. Supongo que es duro cuando se es hombre porque es cierto que de ellos no se espera que lo hagan, pero de ahí a pensar que es un camino de rosas para las mujeres, va un buen trecho.

 

Cuenta cómo un hombre se declara satisfecho de haber encontrado la fórmula para conciliar: ha conseguido, gracias a las nuevas tecnologías, estar en red 24 horas al día y no necesitar por ello ir tanto a la oficina, así pasa más fines de semana con su familia. Eso sí, no dice si su familia está de acuerdo, lo mismo siempre que le ven anda pegado a un ordenador y respondiendo distraídamente que sí a sus preguntas sin levantar la cabeza.


 

En otro caso hace hincapié en la presión que sufre un empleado que, inevitablemente, debe viajar con cierta frecuencia. Y hace malabares para no tener que hacerlo en la fecha del cumpleaños de su hija. A pesar de advertir a su jefe con mucha antelación que no piensa perdérselo por segunda vez, éste le advierte que hay una importante reunión para entonces. La propuesta es que se lleve al viaje a la familia, pero la niña quiere pasar la fiesta con la gente que para ella es importante, no sólo con los padres. El jefe presiona y presiona, pero el empleado finalmente decide enviar a otra persona a la que ha informado adecuadamente de lo que tiene que hacer en esa reunión.

Me gustaría saber las consecuencias de esta decisión, sobre todo si hubiera sido una mujer. Qué pena que el libro no cuenta si este hombre fue penalizado profesionalmente por esta decisión. Parece ser que no. Lo que sí me ha gustado es la conclusión de la autora, que el jefe no aprobaba la decisión por mucho que estuviera afirmando que tenía su apoyo, porque si hubiera sido así no hubiera presionado para que fuera a la reunión, proponiendo el viaje en familia.

 

También cuenta cómo algunos hombres antes de disfrutar las políticas empresariales de conciliación, van dando pasos pequeños y verificando cuáles son las reacciones, antes de atreverse a dar otro paso más allá. Temen quedarse fuera de las promociones y que si disfrutan de las ventajas que les dan, proyecten la imagen de ser poco ambiciosos y no querer tener una carrera. Tienen miedo y quieren proteger su imagen.

 

Otros han renunciado a brillantes carreras cuando se han convertido en padres y se han reorganizado, cambiando trabajo si era necesario, para poder dar prioridad a sus hijos. Algunos son los que salen a su hora de la oficina, aún cuando notan todos los ojos que les miran. Y cuenta que se reconocen entre ellos, que se dan cuenta de por qué el otro se está marchando, pero que ninguno habla del tema en voz alta…

 

Según el libro, las mujeres se organizan de manera distinta, buscan más apoyo entre ellas. Si surge un curso para los niños el sábado, en tres o cuatro sesiones ya se han puesto de acuerdo para turnarse a ir a buscar a los niños y llevarles a casa. Los hombres apenas hubieran intercambiado saludos y poco más.

Una buena dosis de tópicos, ¿no?.

EL PAPEL DE LOS PADRES.

Los principios fundamentales de la vida familiar no difieren mucho, las deficiencias debidas a los estilos de vida y la cultura son superficiales. Los conflictos que existen en las relaciones emocionales son universales.


 

Algunas familias se proponen una asociación en la que ambos padres tienen una igual dignidad. Este modelo se basa en dos premisas: que ambos tengan el mismo nivel social, político y económico, y que el padre y la madre se dividan la responsabilidad de la gestión cotidiana de los asuntos familiares y domésticos. Es decir, deben estar implicados emotivamente en la familia y desempeñar un papel en el cuidado de los hijos. Respecto a lo que tradicionalmente se ha hecho en Europa, este concepto es una auténtica revolución. Basta pensar que en el siglo XX se aconsejaba que los niños comieran antes de que el padre llegara cansado del trabajo, para no molestarle.

 

Respecto al reparto de tareas, éste se da siempre en mayor o menor grado, pero no cubre todas las áreas. Por ejemplo, el padre se ocupa del huerto, los animales, el automóvil, el bricolaje, mientras que la madre se encarga de los niños, la casa y el jardín. Un acuerdo de este tipo, con competencias específicas, está o puede estar caracterizado por dignidad y respeto, pero no es un ejemplo de liderazgo compartido. Este último nace de la convicción de que ambos adultos tengan los mismos derechos en la toma de decisiones, que éstas se hagan de común acuerdo, o, si uno está mucho más capacitado en un tema concreto, lo haga él. Frente a ellos encontramos el liderazgo democrático, donde todo se discute y decide en conjunto, y las decisiones que toma un cónyuge son apoyadas por el otro aunque no las comparta y esté de acuerdo. Las diferencias o divergencias de opinión son reacciones a la decisión, pero no una lucha de poder. El objetivo de la negociación no es demostrar que se tiene razón, sino expresar la propia opinión y que sea considerada seriamente por el otro. En definitiva, se da más importancia al proceso de toma de decisiones que a la propia decisión. El hecho de que este tipo de familias sean pioneras y que no existan instituciones de este tipo implica que no hay modelos a seguir. Por ello, es un proceso a construir lentamente, que se desarrolla conjuntamente a la evolución de los miembros de la familia.

 

La función de los padres.

Tradicionalmente, cuando un hombre se convertía en padres se esperaba que continuara con su actividad profesional y asumiera las nuevas cargas familiares. Para la mujer, las expectativas iban más por la renuncia a su propia identidad y la dedicación completa al rol de madre hasta pasar al de abuela. En algunos países las mujeres se han preguntado si ese papel que se les otorga no es limitante social y existencialmente. También los hombres se han comenzado a interrogar sobre su propio papel.

Aparte de ser padres somos individuos, hombres o mujeres, con nuestras expectativas, sentimientos, necesidades, historias y sueños, que existen con independencia del papel de padres. Hay padres que piensan que la única posibilidad de crecimiento personal está fuera de casa. Así los cónyuges pasan a ser menos importantes el uno para el otro. Otros piensan que buscar experiencias fuera de la familia sea un riesgo, una amenaza. La verdadera amenaza sería más bien ignorar las posibilidades que pueden inspirar la relación.

 

Reprocidad significa respeto.

Siempre, aunque sea inconscientemente, hemos sido conscientes de la competencia de los niños. Cuando se comportan bien (sea lo que sea que esto significa) y crecen sin problemas, lo interpretamos como una señal de nuestra validez y competencia, decimos que son “buenos”. Si son autodestructivos, incontrolábiles, etc tendemos a pensar que es por algo que no hemos hecho, signo de nuestra falta de competencia. Pero siempre pensando que había algo más que teníamos que dar: más educación, más amor, más límites, más control,… Las causas son:

  • que tendemos a hacer lo que nos han hecho a nosotros.
  • que cuando no nos sentimos valiosos para otros y queríamos serlo, reaccionamos agresivamente y nos volvemos irritables, frustrados, malhumorados e incluso violentos. Ponemos en duda nuestro valor para ellos y les culpamos porque nosotros mismos sentimos no ser suficientemente buenos.

Cuando el comportamiento de nuestros hijos nos da la impresión de que hemos perdido valor es, casi siempre, porque efectivamente ha sucedido así. Antes de ese conflicto concreto no hemos sabido transformar nuestros sentimientos de amor en un comportamiento que lo exprese, ni en nuestras buenas intenciones en una interacción de provecho. No es una situación que podamos cambiar de repente, sino poco a poco.

FEMINISMO Y MATERNIDAD. Por Patricia Terino Aguilar.

Lo he leído aquí y me ha gustado, así que lo reproduzco. Si la autora desea que lo elimine del blog, por favor, que me lo haga saber.

Es habitual contraponer los conceptos de feminismo y maternidad, presentándolos como si se excluyeran mutuamente y perteneciesen a ámbitos totalmente diferenciados dentro de una misma realidad: la de la mujer, su entorno y el mundo en el que vive. Y esta confrontación parece acentuarse en los últimos tiempos, en los que se ha empezado a tomar conciencia del yugo bajo el que han vivido las mujeres durante toda su historia, tomando pues medidas al respecto. Precisamente con esta intención surgen los primeros movimientos feministas, alcanzando su máxima relevancia y difusión en torno a los años setenta del pasado siglo, gracias en buena medida al contexto histórico del momento, donde las asociaciones de mujeres se hermanaron con otros muchos movimientos sociales y contraculturales para exigir los derechos de los que siempre habían estado privadas las mujeres. Y es precisamente sobre este clima reivindicativo donde comienza a fraguarse la idea de que la maternidad supone una carga más para la mujer, que por entonces comenzaba a abrirse paso en un mundo de hombres dentro del terreno laboral, profesional e intelectual.

El llamado feminismo de la diferencia a menudo ha empleado la maternidad como baza argumentativa a favor de la superioridad femenina, aunque algunas de las más conocidas feministas de este sector y defensoras de esta visión rechazaran la maternidad para sí mismas, como ocurre en el caso de Lou Salomé.

En cambio, el feminismo de la igualdad, cuya máxima representante histórica es Simone de Beauvoir, se ha pronunciado en muchas ocasiones abiertamente sobre esta cuestión. Beauvoir, en la que puede considerarse obra de culto del feminismo social y filosófico, El segundo sexo [1] , sostiene que la maternidad puede suponer un obstáculo importante en el desarrollo intelectual y personal de la mujer. En este caso es patente la coherencia entre la filosofía feminista desarrollada por Beauvoir y la vida que ella eligió vivir, declarando en numerosas ocasiones que no quiso tener hijos para dedicarse por entero a todo aquello que le apasionaba, y así lo hizo hasta el final de sus días. Huelga decir que esta visión de la maternidad como impedimento para la realización de la mujer en diferentes terrenos, es la defendida por Beauvoir tomando como base y modelo las sociedades occidentales contemporáneas, como bien afirma ella misma, por lo que parece apuntar que la situación a este respecto sería bien diferente sostenida sobre una organización social y cultural distinta.

Pero a pesar de las afinidades que comparto con el feminismo de la igualdad, mi visión sobre esta cuestión es algo diferente. La maternidad (y la paternidad por supuesto) forma parte del ciclo natural de nuestra especie y lo que desafortunadamente falla es la manara de ejercerla en nuestra sociedad occidental, donde las exigencias del sistema obligan a las madres a separarse de sus hijos cada vez a edades más tempranas para atender a sus obligaciones laborales o de otra índole. Los niños necesitan estar con sus padres (especialmente con su madre) de manera casi permanente durante los primeros años de su vida y lo que les reportará mayor felicidad será precisamente ser criados por sus padres de la forma más natural posible [2] . Esto supone ser amamantados siempre que lo requieran o necesiten durante el tiempo que gusten (es lo que se conoce como la lactancia a demanda) [3] , dormir con ellos, igualmente durante todo el tiempo que necesiten (es lo que llamamos colecho), jugar con ellos y ofrecerles todo nuestro amor, atendiendo a sus necesidades, especialmente las afectivas y personales, que son las que realmente importan. Los bebés criados de esta manera, en permanente contacto con sus madres, tal y como ocurre en otras culturas, se denominan bebés continuum (referidos al concepto del continuum) [4] para significar los lazos naturales que se establecen entre una madre y su hijo al ser criado este como lo hicieron todos nuestros antepasados y el resto de mamíferos [5] .

Pero el bebé continuum no parece ser apto para las modernas sociedades occidentales, donde las madres que hemos decidido atender a nuestro instinto natural y luchar contra las imposiciones del sistema tenemos que enfrentarnos cotidianamente a todo tipo de prejuicios y críticas, no solo desde los convencionalismos sociales, sino también desde los propios movimientos feministas, muchos de los cuales consideran a la maternidad una lacra para la liberación de la mujer. Una falsa liberación diría yo, impuesta por nuestra propia cultura y sistema imperante, levantado en torno a un constructo artificial que ha hecho que nos olvidemos de lo que somos en realidad. Estamos tan contaminados en este sentido que nuestras aspiraciones personales, intelectuales o laborales no nos permiten disfrutar de la crianza natural de nuestros hijos, pensando que unos cuantos años dedicados por entero a su cuidado no permiten nuestra realización personal, suponiendo un paso atrás en las conquistas que la mujer ha llevado a cabo en los últimos tiempos. No, la maternidad no es la cuenta pendiente del feminismo, sino más bien su aliada y la clave fundamental para que los cambios importantes que los distintos movimientos feministas y sociales reivindican sean efectivos.


La maternidad a tiempo completo (o a vida completa, como gustan de llamar algunos y algunas) representa, a mi juicio, el punto de partida para sentar las bases de una auténtica aunque lenta transformación de la sociedad; una sociedad que sigue adoctrinando a nuestras niñas a través de los más variados mecanismos y que continúa asignando determinados roles, actitudes y comportamientos para cada uno de los sexos, sometiendo a críticas a aquellos que se desvían del camino establecido.

El contacto permanente de los niños pequeños con sus padres les proporcionará la seguridad y la preparación suficientes para enfrentarse en un futuro al mundo que van a habitar, un mundo que necesita de un salto generacional en el terreno de los principios y valores consolidados desde el propio hogar, desde aquello que enseñamos a nuestros hijos y que les acompañará durante toda su vida, por lo que nos encontramos ante nuestra mayor responsabilidad.

La maternidad a tiempo completo y concretamente la crianza natural, en nuestros días supone más bien un desafío, un reto y un enfrentamiento constante con la sociedad y sus imposiciones. Desde esta maternidad a tiempo completo, muchas mujeres luchamos cada día contra los mecanismos de adoctrinamiento con los que cuenta el sistema, tales como la televisión, el consumismo o el ocio dirigido y organizado, utilizados con objeto de disuadir las conciencias de los verdaderos problemas de nuestro mundo, encontrándose entre los primeros de ellos el sexismo que sigue recorriendo cada rincón de nuestra sociedad.

La maternidad, lejos de suponer una traba para la liberación de la mujer, representa más bien todo lo contrario. Contribuye a nuestra realización personal y como especie, manteniéndonos vivas, y vivas también nuestras esperanzas de contribuir a la transformación de la sociedad a través de los valores y actitudes transmitidos a unos hijos criados en condiciones de igualdad entre ambos sexos pero conscientes de todo lo que queda por hacer aún y del papel que juega la educación a este respecto.

Nuestras aspiraciones y proyectos personales (que por otra parte, a mi juicio, no dejan de ser un constructo más de la artificialidad de nuestra cultura, aunque nos resulte imposible abandonarlos), seguirán acompañándonos, y están presentes en todo momento, esperando a ser realizados, sabiendo que no hemos renunciado a ellos, sino que hemos decidido pasar los primeros años de vida de nuestros hijos junto a ellos, guiadas por el instinto natural y no por los dictámenes de la sociedad.

Feminismo y maternidad, lejos de excluirse mutuamente, son realidades hermanadas, pues la maternidad, además de reportarnos las mayores alegrías imaginadas, nos brinda la posibilidad de mantenernos en la lucha, atacando al sistema desde la base, a través de todo lo que vamos a transmitir y enseñar a nuestros hijos.

Concluyo estas líneas mientras mi hija duerme sobre mis rodillas y mi pequeño mama incansable de mi pecho, en fin, mientras ejerzo mi maternidad a tiempo completo, sin olvidarme de quién soy, de lo que hemos dejado atrás, lo que hemos conseguido y lo que aún queda por hacer.