Rubin, Fein y Vandenberg (1983, Manual del Juego) proponen una definición del juego basado en tres características distintivas: como disposición psicológica, como un conjunto de comportamientos observables o como un contexto en el que se producen una serie de fenómenos característicos.
El juego como disposición psicológica.
Se trata de la combinación de seis características distintas, que sirven para definir qué es el juego y diferenciarlo de otras actividades.
- La motivación intrínseca. Sería una de las características más importantes. A diferencia de otras actividades que también se hacen por disfrutar de ellas, como la pintura, en el juego no hay otra justificación que el juego mismo, no hay presiones externas ni consideraciones sociales que lo induzcan. Se juega por el mero placer de hacerlo y no hay otra razón más que ésta. De ella se deduce la siguiente característica.
- La prioridad de los medios sobre el fin. En el juego, el procedimiento es más importante que el resultado. A menudo, el placer de jugar se encuentra en la fase preparatoria, como construir el escenario de la acción, decidir los papeles a seguir, preparar los materiales, y no tanto en la ejecución. A veces se encuentra que el tiempo dedicado a los preliminares es mucho mayor que el dedicado al propio juego.
- Dominio del individuo respecto a la realidad. En el comportamiento lúdico, la pregunta de base sería “¿Qué puedo hacer con este objeto?”, a diferencia de los comportamientos exploratorios que se basan en “¿Qué es este objeto?”. Así que en el último caso la motivación es externa, mientras que en el primero es interna. El juego no es vinculante respecto a la realidad circundante. Tiene lugar cuando las condiciones son favorables, mientras que es raro observarlo en situaciones de ansia o miedo.
- No literalidad del juego. El niño puede explorar distintos significados posibles del objeto, como si fuera algo distinto. Por ejemplo, una escoba se convierte en un caballito. La no literalidad implica, además, que es objeto puede ser modificado y revisado constantemente.
- Libertad de los vínculos. Las reglas, cuando las hay, son negociadas por los jugadores que se ponen de acuerdo en cómo jugar juntos.
- Implicación activa del niño. Aunque ésta sea variable en función de la edad del niño, del contexto, del tipo de juego.
El juego como comportamiento observable.
Piaget describe tres tipos de juego, en función del tipo de asimilación: el juego para ejercitarse (el niño complica y varía movimientos ya adquiridos), el juego simbólico (para probar sus propias capacidades de manipular los símbolos) y los juegos con reglas (para medirse en procesos sociales).
Otra descripción comportamental es la de Catherine Garvey (1977), que se basa en los materiales para el juego, distinguiendo entre: juegos de palabras, juegos con objetos, juegos con materiales sociales (con roles e identidad cultural y social).
En el juego como comportamiento observable es importante distinguir entre exploración y actividad lúdica.
El juego como contexto.
En esta última característica hay dos acepciones: como situación en la que leer fenómenos específicos (por ejemplo, algunos procesos cognitivos o competencias sociales) y como situación en relación al ámbito en el que tienen lugar las actividades lúdicas.
Numerosos estudios se han centrado en el contexto en el que se desarrolla el juego: influencia de la calidad y cantidad de materiales disponibles, espacio, densidad de materiales dispuestos en este espacio, etc. Se ha concluído que son determinantes a la hora de determinar el tipo de juego que se ejecuta.