FEMINISMO Y MATERNIDAD. Por Patricia Terino Aguilar.

Lo he leído aquí y me ha gustado, así que lo reproduzco. Si la autora desea que lo elimine del blog, por favor, que me lo haga saber.

Es habitual contraponer los conceptos de feminismo y maternidad, presentándolos como si se excluyeran mutuamente y perteneciesen a ámbitos totalmente diferenciados dentro de una misma realidad: la de la mujer, su entorno y el mundo en el que vive. Y esta confrontación parece acentuarse en los últimos tiempos, en los que se ha empezado a tomar conciencia del yugo bajo el que han vivido las mujeres durante toda su historia, tomando pues medidas al respecto. Precisamente con esta intención surgen los primeros movimientos feministas, alcanzando su máxima relevancia y difusión en torno a los años setenta del pasado siglo, gracias en buena medida al contexto histórico del momento, donde las asociaciones de mujeres se hermanaron con otros muchos movimientos sociales y contraculturales para exigir los derechos de los que siempre habían estado privadas las mujeres. Y es precisamente sobre este clima reivindicativo donde comienza a fraguarse la idea de que la maternidad supone una carga más para la mujer, que por entonces comenzaba a abrirse paso en un mundo de hombres dentro del terreno laboral, profesional e intelectual.

El llamado feminismo de la diferencia a menudo ha empleado la maternidad como baza argumentativa a favor de la superioridad femenina, aunque algunas de las más conocidas feministas de este sector y defensoras de esta visión rechazaran la maternidad para sí mismas, como ocurre en el caso de Lou Salomé.

En cambio, el feminismo de la igualdad, cuya máxima representante histórica es Simone de Beauvoir, se ha pronunciado en muchas ocasiones abiertamente sobre esta cuestión. Beauvoir, en la que puede considerarse obra de culto del feminismo social y filosófico, El segundo sexo [1] , sostiene que la maternidad puede suponer un obstáculo importante en el desarrollo intelectual y personal de la mujer. En este caso es patente la coherencia entre la filosofía feminista desarrollada por Beauvoir y la vida que ella eligió vivir, declarando en numerosas ocasiones que no quiso tener hijos para dedicarse por entero a todo aquello que le apasionaba, y así lo hizo hasta el final de sus días. Huelga decir que esta visión de la maternidad como impedimento para la realización de la mujer en diferentes terrenos, es la defendida por Beauvoir tomando como base y modelo las sociedades occidentales contemporáneas, como bien afirma ella misma, por lo que parece apuntar que la situación a este respecto sería bien diferente sostenida sobre una organización social y cultural distinta.

Pero a pesar de las afinidades que comparto con el feminismo de la igualdad, mi visión sobre esta cuestión es algo diferente. La maternidad (y la paternidad por supuesto) forma parte del ciclo natural de nuestra especie y lo que desafortunadamente falla es la manara de ejercerla en nuestra sociedad occidental, donde las exigencias del sistema obligan a las madres a separarse de sus hijos cada vez a edades más tempranas para atender a sus obligaciones laborales o de otra índole. Los niños necesitan estar con sus padres (especialmente con su madre) de manera casi permanente durante los primeros años de su vida y lo que les reportará mayor felicidad será precisamente ser criados por sus padres de la forma más natural posible [2] . Esto supone ser amamantados siempre que lo requieran o necesiten durante el tiempo que gusten (es lo que se conoce como la lactancia a demanda) [3] , dormir con ellos, igualmente durante todo el tiempo que necesiten (es lo que llamamos colecho), jugar con ellos y ofrecerles todo nuestro amor, atendiendo a sus necesidades, especialmente las afectivas y personales, que son las que realmente importan. Los bebés criados de esta manera, en permanente contacto con sus madres, tal y como ocurre en otras culturas, se denominan bebés continuum (referidos al concepto del continuum) [4] para significar los lazos naturales que se establecen entre una madre y su hijo al ser criado este como lo hicieron todos nuestros antepasados y el resto de mamíferos [5] .

Pero el bebé continuum no parece ser apto para las modernas sociedades occidentales, donde las madres que hemos decidido atender a nuestro instinto natural y luchar contra las imposiciones del sistema tenemos que enfrentarnos cotidianamente a todo tipo de prejuicios y críticas, no solo desde los convencionalismos sociales, sino también desde los propios movimientos feministas, muchos de los cuales consideran a la maternidad una lacra para la liberación de la mujer. Una falsa liberación diría yo, impuesta por nuestra propia cultura y sistema imperante, levantado en torno a un constructo artificial que ha hecho que nos olvidemos de lo que somos en realidad. Estamos tan contaminados en este sentido que nuestras aspiraciones personales, intelectuales o laborales no nos permiten disfrutar de la crianza natural de nuestros hijos, pensando que unos cuantos años dedicados por entero a su cuidado no permiten nuestra realización personal, suponiendo un paso atrás en las conquistas que la mujer ha llevado a cabo en los últimos tiempos. No, la maternidad no es la cuenta pendiente del feminismo, sino más bien su aliada y la clave fundamental para que los cambios importantes que los distintos movimientos feministas y sociales reivindican sean efectivos.


La maternidad a tiempo completo (o a vida completa, como gustan de llamar algunos y algunas) representa, a mi juicio, el punto de partida para sentar las bases de una auténtica aunque lenta transformación de la sociedad; una sociedad que sigue adoctrinando a nuestras niñas a través de los más variados mecanismos y que continúa asignando determinados roles, actitudes y comportamientos para cada uno de los sexos, sometiendo a críticas a aquellos que se desvían del camino establecido.

El contacto permanente de los niños pequeños con sus padres les proporcionará la seguridad y la preparación suficientes para enfrentarse en un futuro al mundo que van a habitar, un mundo que necesita de un salto generacional en el terreno de los principios y valores consolidados desde el propio hogar, desde aquello que enseñamos a nuestros hijos y que les acompañará durante toda su vida, por lo que nos encontramos ante nuestra mayor responsabilidad.

La maternidad a tiempo completo y concretamente la crianza natural, en nuestros días supone más bien un desafío, un reto y un enfrentamiento constante con la sociedad y sus imposiciones. Desde esta maternidad a tiempo completo, muchas mujeres luchamos cada día contra los mecanismos de adoctrinamiento con los que cuenta el sistema, tales como la televisión, el consumismo o el ocio dirigido y organizado, utilizados con objeto de disuadir las conciencias de los verdaderos problemas de nuestro mundo, encontrándose entre los primeros de ellos el sexismo que sigue recorriendo cada rincón de nuestra sociedad.

La maternidad, lejos de suponer una traba para la liberación de la mujer, representa más bien todo lo contrario. Contribuye a nuestra realización personal y como especie, manteniéndonos vivas, y vivas también nuestras esperanzas de contribuir a la transformación de la sociedad a través de los valores y actitudes transmitidos a unos hijos criados en condiciones de igualdad entre ambos sexos pero conscientes de todo lo que queda por hacer aún y del papel que juega la educación a este respecto.

Nuestras aspiraciones y proyectos personales (que por otra parte, a mi juicio, no dejan de ser un constructo más de la artificialidad de nuestra cultura, aunque nos resulte imposible abandonarlos), seguirán acompañándonos, y están presentes en todo momento, esperando a ser realizados, sabiendo que no hemos renunciado a ellos, sino que hemos decidido pasar los primeros años de vida de nuestros hijos junto a ellos, guiadas por el instinto natural y no por los dictámenes de la sociedad.

Feminismo y maternidad, lejos de excluirse mutuamente, son realidades hermanadas, pues la maternidad, además de reportarnos las mayores alegrías imaginadas, nos brinda la posibilidad de mantenernos en la lucha, atacando al sistema desde la base, a través de todo lo que vamos a transmitir y enseñar a nuestros hijos.

Concluyo estas líneas mientras mi hija duerme sobre mis rodillas y mi pequeño mama incansable de mi pecho, en fin, mientras ejerzo mi maternidad a tiempo completo, sin olvidarme de quién soy, de lo que hemos dejado atrás, lo que hemos conseguido y lo que aún queda por hacer.

EL PERÍODO SENSIBLE.

Algunos apuntes más de “Un niño con nosotros” de Grazia Honegger Fresco.

En el ser humano se manifiesta, en períodos más o menos prolongados de la edad evolutiva, una mayor sensibilidad, más acentuada que actúa como ayuda o apoyo al desarrollo: guían al individuo hacia acciones repetidas espontáneamente, cuyo resultado será la organización interior de una habilidad. Pero para adquirir esta capacidad nueva hay que realizar las experiencias adecuadas en el momento adecuado. Hasta que la habilidad no se ha adquirido por completo no cesa esta sensibilidad, aunque gradualmente disminuya su intensidad. Y una vez alcanzado el objetivo, desaparece para siempre. Hay determinados períodos en los que sólo es posible adquirir algunas capacidades, como, por ejemplo, el habla. Pasada una cierta edad (4-5 años), si un niño no ha aprendido a hablar, no lo hará o lo hará con un nivel de competencia muy bajo. Basta recordad los casos de los niños-lobo, con un lenguaje reducido y mentalmente retrasados, a pesar de tener unos sentidos muy desarrollados y gran habilida motórea. Y muchos de ellos altamente sensibles a los fenómenos de la naturaleza, comunican con los animales con los que han vivido y pueden imitar perfectamente el sonido del viento, del agua, etc.

 

También las capacidades motóreas son el resultado de etapas de maduración en el período sensible. En definitiva, los niños tienen no sólo una guía sino también un tiempo limitado para alcanzar sus conquistas. No es lo mismo conocer el mar con dos años que con veinte, haber crecido con animales o no, haber tenido libertad para jugar con la arena y el agua. Son experiencias que dejan una huella constructiva, cuando el período sensible se ha terminado, el interés se apaga y ya no son ni repetibles ni formativas. Es por ello que la infancia es una etapa insustituible, preciosa y que no se puede compensar más tarde.

 

LOS NIÑOS BUSCAN SER INDEPENDIENTES.

Continúamos con “Un niño con nosotros” de Grazia Honegger Fresco.

 

El deseo y la necesidad de independencia se dejan ver desde edades muy tempranas. Si reflexionamos sobre la infancia en general y qué significa, observamos que tiene lugar en otros animales como fase de preparación, período de transición cuya finalidad directa es dar paso a adultos autónomos, eficientes. Mientras los cachorros son débiles y dependientes, indefensos, la protección adulta (sobre todo materna) es total. Al mismo tiempo se les estimulan los instintos y comportamientos propios de la especie, para que sepan actuar solos y se les guía o incluso empuja fuera del nido, lejos de lo que han conocido hasta entonces para que inicien una existencia independiente.

 

La infancia humana, en un recorrido similar e incluso más largo, cumple estas leyes naturales. Pero la situación es de mayor complejidad, porque los padres no se deciden nunca a reconocer al hijo la autonomía para tomar sus propias decisiones. Con ello no se crea un lazo afectivo sereno, que enriquezca a ambos, sino un cordón umbilical vinculante, hecho de amor posesivo y de apego enfermizo: incapacidad de los padres de dar sin exigir algo a cambio, incapacidad de los hijos de independizarse tras haber vivido una excesiva protección.

 

“Mamá lo hace, eres pequeño”. Es una actitud de sustitución que a veces dura hasta la edad adulta sin que nadie se dé cuenta. El impedimento sistemático de independencia es casi una droga que da a los padres seguridad para imponer su autoridad: no saben renunciar a ella cuando el niño es pequeño porque temen que no sea capaz de hacerlo en ninguna circunstancia, y cuando son grandes porque no saben cambiar de mentalidad. Es ya demasiado tarde cuando el niño dice: “es que soy pequeño”. Es una actitud de renuncia que el adulto podría contrarrestar con una “ahora ya eres grande”. Esos “no toques, no sabes hacerlo, no puedes, no eres capaz, quieto” son una forma de violencia, aunque inconsciente, que condenan a ser un bebé a quienes otros visten, alimentan y llevan. Si no, automáticamente, deciden por sí mismos qué hacer, dónde ir.

A menudo se confunde rebelión juvenil con independencia. En realidad, son intentos de romper lazos sofocantes. ¿Cuántos lo consiguen? ¿A qué precio?. A veces eligen el camino opuesto de los padres (y esto también es señal de dependencia) y a veces el que los progenitores hubieran elegido por ellos. Toman decisiones equivocadas frenados por prejuicios y tabúes familiares. La independencia hay que adquirirla en los primeros años, cuando ésta coincide con la etapa del desarrollo y no engañarse pensando que se puede alcanzar de adulto por la fuerza o por reacción. El instinto de independencia, el regularse por sí mismo, es parte de la naturaleza humana, un derecho también, no algo que se enseña y aprende, una fuerza que los padres deben apoyar. La independecia es el objetivo último del desarrollo y si a un niño se le ahoga, se le dañará profundamente.

 

El umbral de la intervención (Montessori).

Intervenir es como atravesar el umbral de una habitación, que sería el mundo interior infantil. ¿Entro o no? ¿Mi ayuda es útil o se puede apañar solo? ¿Es oportuno prohibir o mejor que pruebe?. La intervención de palabra es la menos eficaz para un niño menor de dos años. Cuanto menos se ha usado a edades tempranas, tanto más importante es después.

CÓMO APRENDEN LOS NIÑOS II.

Algo más de “Un niño con nosotros” de Grazia Honegger Fresco.

Una etapa común a todos los seres humanos es la madurez mental progresiva que acompaña al crecimiento. Es tan gradual que a veces pasa sin ser observada, porque los signos externos que se manifiestan son comportamientos imprevisibles, con los que el niño pone de manifiesto sus nuevas actividades, precedidas o seguidas de cambios de humor, a veces irritabilidad, a veces insatisfacción y a veces euforia. En cuanto el niño parece haber olvidado una conquista, de repente, la retoma y la hace más visible que antes. O de repente cambia su tranquilidad habitual durante unos días de gran nerviosismo.

Los niños no se limitan a observar, sino que también escuchan, tocan y saborean. Su exploración no es estática, sino enormemente activa. El modo de asimilar es global, y simultáneamente, analítico. Analítico porque capta aquello que le suscita mayor interés: el movimiento, las voces, algunos colores y geometrías sencillos. Y también global porque absorbe todo sin elegir voluntariamente el desorden como el orden, lo feo como lo bonito, la violencia como la tranquilidad. De poco servirán más tarde lecciones de moral, reproches, alabanzas, etc cuando desde el nacimiento ha absorbido y fotografiado todo nuestro comportamiento. El ambiente de la más temprana infancia tiene una influencia decisiva en las experiencias posteriores, en el modo de comprender y de afrontar la vida.